John Bost parece el tipo de persona con el que se puede tener una conversación. Moderado, dispuesto a escuchar a progresista y conservadores, es el exalcalde de una ciudad de Carolina del Norte en la que vive desde hace más de un cuarto de siglo.
EL FLAGELO DEL RACISMO PERSISTE EN EEUU
Los problemas surgen cuando se plantea el tema de la raza al hablar con otros blancos, cuando se presenta ESA conversación que a menudo trata de tener pero que siempre lleva al mismo lugar: A ninguna parte.
“Te felicitan (por tu tolerancia). Pero en el fondo dicen ‘era una persona muy pensante’”, comentó Bost, de 72 años, de Clemmons, Carolina del Norte, entre risas. “Después de un tiempo, ya no te buscan más”.
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La conversación en cuestión es sobre la raza. Sobre lo que significa ser blanco en Estados Unidos, en una sociedad multirracial donde hace 150 años todavía había esclavos y que aun lidia con esa herencia.
Es una charla más relevante que nunca en el siglo 21, pero que muchos blancos no tienen o no quieren tener.
Hasta ahora los únicos que han abordado el tema son las comunidades minoritarias, que se quejan del trato que reciben.
EEUU
“Tenemos muchas formas de evitar hablar sobre la raza, la supremacía blanca y el nacionalismo blanco”, expresó el reverendo Jason Chesnut, de Vancouver, estado de Washington, quien es blanco.
Se le puede decir la perspectiva del “pez que no quiere estar en el agua”: Los blancos son el grupo más grande y hegemónico de Estados Unidos, una condición que asumen como “la norma”, pero en términos generales no tienen una identidad racial colectiva como la de hispanos, afroamericanos, asiáticos y los pueblos originarios.
Quienes investigan el tema, no obstante, dicen que la condición de blancos —consciente o inconscientemente— está siempre presente.
“Por mucho tiempo era fácil para los blancos ignorar el tema de la raza, eran el grupo hegemónico y no se sentían amenazados”, expresó Ashley Jardina, profesora de ciencias políticas en la Duke University que estudia la identidad racial de los blancos.
S. Michael Gaddis, profesor de sociología de la Universidad de California en Los Ángeles, dice que numerosos estudios indican que muchos blancos “permanecen en una era en la que no se hablaba de la raza”.
La insurrección del 6 de enero en el Congreso es un buen caso para analizar el tema.
El componente racial de los sublevados fue obvio. Casi todos blancos, algunos vinculados con grupos nacionalistas blancos y extremistas, trataron de impedir por la fuerza la certificación de la elección presidencial y se tomaron el Capitolio, símbolo de la democracia estadounidense.
La escasa presencia policial contrastó con los despliegues hechos durante las manifestaciones de protesta por la muerte de hombres y mujeres de raza negra a manos de la policía y fue vista por muchos como un ejemplo de una doble moral.
Por otro lado, la presencia de militares y policías, activos o retirados, entre los sublevados generó el temor de que haya elementos extremistas en las fuerzas de seguridad.
La gran mayoría, sin embargo, eran personas blancas ordinarias. Propietarios de pequeños negocios, estudiantes, empleados, que querían anular los resultados de las elecciones porque creían que su candidato debía permanecer en la presidencia.
Eso es algo que los blancos van a tener que asumir, según Chesnut, quien no se siente demasiado optimista, a juzgar por su experiencia combatiendo el racismo. La mayoría de los blancos con los que se topa se sorprenden cuando una persona blanca plantea el tema de la raza.
“No sé si los blancos aprendieron a manejarse en una democracia multirracial”, comenta Chesnut. “La supremacía blanca nos está destruyendo y no creo que hablemos lo suficiente del tema”.
Ni del papel de los blancos. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew del 2019 señaló que solo el 15% de las personas blancas consideraron relevante sus impresiones sobre ellos mismos.
En contraste, el 74% de los afroamericanos, el 59% de los hispanos y el 56% de los asiáticos dijeron que sí lo era. El porcentaje de blancos que dijeron que su raza era muy importante para la imagen que tienen de sí mismos fue del 5%.
Laurissa Steadman, conservadora y partidaria de Donald Trump, dice que a los blancos progresistas les resulta más fácil hablar de sus posturas que a los blancos conservadores. Señala que blancos conservadores como ella a menudo son acusados de racistas.
Steadman, quien es de San Francisco, cree que la raza no incidió en la toma del Congreso. Estima que fue una expresión de frustración política y que la presencia de supremacistas blancos fue mínima y no representa a los conservadores.
Pero admite que los conservadores blancos se exponen a ser criticados al negarse a hablar de los conflictos raciales.
“Se darán ciertas cosas por sentadas y se impondrá un relato sin que ellos se hagan oír”, sostuvo.
Hechos resonantes promovidos por racistas contribuyen a bloquear esa conversación.
Cuando sectores blancos reivindican su identidad racial con actitudes que son percibidas como amenazantes —como durante la toma del Congreso o el acto de nacionalistas blancos del 2017 en Charlottesville, Virginia—, la población blanca en general se muestra más reticente a identificarse como blancos, según Jardina.
“Cuando más asociemos la toma del Capitolio y a la gente que enarbola banderas de la Confederación con la identidad blanca y la supremacía blanca, más personas van a rehuirle al asunto”, manifestó.
Esa tendencia a evitar el tema es precisamente el problema, dice la reverenda Susan Chorley, de Boston.
“Este lío viene desde la fundación del país. Lo llevamos en el alma”, dijo Chorley. “Está en todos lados y nunca nos decidimos a abordar el asunto”.
Si los blancos quieren un futuro distinto, añade, deberán estar dispuestos a analizar el pasado y el presente, y a hablar del tema como si la nación dependiese de eso. Muchos lo están, agregó.
“Es algo que depende de nosotros”, manifestó Chorley.
Para Jardina, en cambio, abordar el tema racial a fondo no será fácil.
“¿Los blancos están dispuestos a confrontar hasta qué punto el racismo blanco, los prejuicios de los blancos y el deseo de conservar el poder de los blancos en Estados Unidos es parte de nuestro proceso político?”, preguntó Jardina.
“Sospecho que para la mayoría de los blancos, la respuesta es no, que no están listos para tener esa conversación”.